Tuesday, April 25, 2006

RETORNO AL DESIERTO


El desierto, por lo menos el que yo conozco, tiene una peculiaridad. Detrás de su monotonía, hipnótica y sedante, guarda detalles complejos, fascinantes. Tal vez sea la propia monotonía la que resalte las pequeñas variantes, aunque prefiero una explicación alterna. Prefiero pensar que la inmensa extensión crea un mar, un paisaje que abarca e incluye toda la diversidad, la cual sólo es perceptible al mirarla de cerca.

Ya habíamos dejado el desierto, habíamos subido la montaña, pero el ímpetu de mi compañera nos trajo de regreso; de regreso con los patriarcas, de regreso con George, de regreso al hogar. Nuestro cuarto nos esperaba. Habíamos tenido la esperanza de que el peyote nos encontrara en la montaña, pero allá tenía que ser a través de otra persona, no nuestra recolección. Como eso no pasó, volvimos a la fuente -permítaseme resaltar la ironía-, el desierto es la fuente. Tras llegar, nos apresuramos en buscarlo, esta vez no había que demostrar nada, nos apuraba algo mucho más real, el sol no tardaba en ocultarse. A pesar de tener las piernas dolidas por un largo y muy agrabable paseo en caballo (allá en la montaña), sacamos fuerzas y salimos. La experiencia acumulada y la intuición naciente me hicieron dirigirme a una zona específica. Poco trecho adelante de predios arados salió el primero, que no tocamos. Y muy poco más adelante, otros dos, más grandes que los que habíamos encontrado. Después de eso estuvimos mucho tiempo buscando sin que apareciera nadie. Yo tenía las esperanzas puestas en la llena de gracia, pues ella había sido muy eficiente las veces anteriores. Quedaba menos de media hora de luz, sin embargo estaba tranquilo. Un destello atrapó mi vista, volteé y comprendí el porqué del brillo, un verdadero tesoro. La mayor cantidad de peyotes que hubiera visto juntos. Y muy cerca había otros tantos. Cuando llegó la llena de gracia (la había llamado con mucha ilusión), rápidamente encontró otros más. Era evidente que había que dejar varios, aún así los peyotes llenaron la mitad de mi sombrero, eran muy grandes.

Nos dirigimos al sitio ceremonial, una zona arbolada con un estanque, bueno, entre estanque y lodazal. Había fuego y gente acampando. Nos acercamos y los reconocí. Les habíamos pedido direcciones en la montaña. Una noche anterior había intentado hacer fuego y no había podido, ahora estaba ahí, esperando, junto con compañeros de viaje. Nos presentamos, les ofrecí peyote, les dejé sólo un par. Comimos juntos. Esta vez me sentía un poco obligado a comer mucho, como habíamos tomado mucho, había que comer. Después de comer dos me dieron ganas de vomitar, pero no pasó nada. Seguí comiendo hasta que vomitar fue inevitable. Me sentí mal, sentí que estaba desperdiciando algo valioso, me terminé el peyote que tenía en la mano.

Regresé al fuego donde el ambiente era cordial, aunque como los compañeros estaban probando peyote por primera, vez la ola a punto de romper era invisible para ellos. Incluso para mí no estaba muy a la vista. A pesar de haber empezado a comer hace una media hora tan solo sentía cierta liviandad. La llena de gracia en cambio podía facilmente adentrarse a las intimidades de las nubes. Se habían invertido los papeles, esta vez yo había encontrado el peyote y esta vez no me poseyeron tan súbitamente como a ella.

Se adentraba la noche y me estaba enfriando. Pedí dejar a los compañeros, al sitio ceremonial e ir a casa. El camino de regreso fue agradable, la esta noche se sentía menos oscura que las anteriores, la luna había crecido. Una vez adentro se desató la tormenta, otra vez, pero mucho más intensa. Surgían ideas, emociones y hasta sonidos, en verdad percibía sonidos de la nada. La información se acumulaba y no había en donde ponerla. Era el infierno, una habitación de cabeza en mi cabeza, nada en su lugar. Espero que no fuera porque no supiera donde iba cada cosa, sino porque había demasiadas cosas a la vez. Ahora entiendo la etimología de diablo, dia una preposición griega que indica separación, bolé es llevar, el diablo es el que lleva a la separación, el que fragmenta (¿Menta de fragmenta tendrá que ver con mente? Se me hace que sí.)

Y para colmo me equivoqué en el remedió. Trataba de distraerme para no pensar, caras, imágenes, sentimientos y cada vez era peor, la confusión se imponía. Esto pasaba mientras yo estaba recargado en mi amada. Entonces hubo un rechinido, la puerta azotó. Fue muy inesperado, asustaba. Hubo instantes de silencio. La llena de gracia me dijo que había sentido una presencia maligna y que se había salido. Sonaba a buenas noticias el que se saliera, sin embargo ella temía que le había pasado algo malo a alguien querido. La virgen de Guadalupe y San Judas Tadeo estaban sobre nosotros, así que le dije que iba pedir a ellos por esa persona y por nosotros. Después escogí la división, la no comunión, oí música y me paré.

Afortunadamente, el equilibrio se restablece solo. Despues de algunos minutos de energía dispersa, desenfocada, la energía trató de salir, y solo tenía un camino, mis manos. Mis manos se empezaron a sentir poderosas, inquietas al principio, y frustradas. No había que hacer. Sabía que la tierra estaba afuera, si tan solo supiera ararla, fecundarla, sería tan felíz. Muchas veces había tenido la ilusión de ser campesino. Pero no sabía hacer eso. Por una divina gracia llegué a un pulso de mi amada. Tocar un pulso es un trabajo manual, que requiere cierta destreza. Empecé a buscar más pulsos, mis manos estaban trabajando, la energía estaba saliendo, la cabeza estaba en perfecto orden, el universo estaba en perfecto orden. Podía hacer algo con mis manos, podía hacer muchas cosas con mis manos. Sentía que mis manos podían aliviar, estaban cargadas de energía.

Después de la confusión llegó el orden. Ya la energía era algo más allá de mi. La llena de gracia me sugirió pedirle un deseo. Le pedí tener éxito en el trabajo y de inmediato sentí que el deseo me fue concedido. Esa noche no dormí, la energía regresó de mis manos a la cabeza, pero no causaba disturbios, solo múltiples pensamientos sucesivos.

Al día siguiente regresamos a la ciudad.

Saturday, April 22, 2006

TORMENTA DEL DESIERTO






























Era el momento de salir de viaje. Estaba descubriendo a alguien que me era familiar a pesar de la poca convivencia. El desierto la llamó, ese llamado me ilusionó, y fuimos. Manejé desde la 1 hasta las 8 y media de la mañana, llegamos después de ver amanecer. Era inevitable dormir, pero poco después era inevitable despertarse. El sol me expulsó de la tienda de campaña. Entonces el llamado se hizo más fuerte, aún bajo trance somnoliento dejé el rancho y fui al desierto. Le di a la llena de gracia las instrucciones básicas para encontrar peyote. Estaba ansioso, debía demostrar que había peyote y, por tanto, que era buen guía. Después de menos de media hora, que me pareció mucho, encontré un peyote muy pequeño. Lo dejamos, como indica la sabiduria popular, había que buscar otros. Encontré otros pequeños, no era lo que yo esperaba pero tranquilizaba. Poco después ella empezó a ver varios, cruzamos el sitio ceremonial y del otro lado los que llamaban la encontraron. Una familia numerosa de peyotes medianos. Estábamos contentos, ellos también.
Regresamos al rancho. Nos ofrecieron un cuarto, que rápidamente se volvió hogar, y comimos. El sabor taladra hasta el gérmen musculoso de la lengua, hasta el hueso del paladar, invade, pero también se deja llevar. Agua y jícama lo arrastran. Me sentía libre para comer, no como las dos veces anteriores en que otros me limitaban, o yo mismo. Comí mas de dos, uno me parecía particularmente sabio, me inspiraba respeto, ese respeto que raya en miedo. Salimos a platicar con los patriarcas del rancho, nuestros caseros. El señor dijo que la gente se acaba, refiriéndose a que había menos gente en el rancho, pero me dijo algo más con esa frase, él lo sabe. Empezaba a nublarse, la señora nos dijo que iba a llover. Adentro empezaba a soplar el viento, mis vellos se estaban convirtiendo en hormigas juguetonas. No podía seguir con la convivencia casual/relevante. En el desierto las convivencias humanas, y me atrevería decir que todas las convivencias, son relevantes. Me retiré de la forma mas cortés que pude, esperaba que ella me acompañara, pero todavía el aire no le pegaba. Fui hacia unos arroyos que había dejado la lluvia. Es cierto, ya había llovido, la señora nos había dicho que llovería antes de ir por los llamantes. Perdón, barajé el tiempo. Quería cruzar hacia un cactus intrigante, pero no lo logré. Afuera sólo había algunas nubes, adentro empezaba a chispear.
Quería superarme, ahora llamaba el espacio, había tanto. "Afuera, afuera" se oía. "Voy a tí exterior", era mi respuesta. Una vez en la amplitud, y más aún con ella, llena de gracia, la apertura fue de 180º. Hasta me elevaba de tanto que me extendía. George (estoy con él en la foto) nos acompañaba, quería compartir nuestra emoción y a la vez compartirnos su quietud. Era momento de seguir conociendo, las imágenes hacían soñar y emocionaban. Nopales secos, con su esqueleto expuesto, y, a su vez, con pencas frescas surgiendo de lo aparentemente inerte. Ya la llena de gracia estaba mojada, estaba sumergida como yo. George nos dirigía, fácilmente dejamos las casas y estábamos de nuevo en el desierto. Incluso nos desubicamos, dejamos de ver el rancho. Cualquier emoción era extrema, había bastante probabilidad de encontrar el camino, pero la simple posibilidad de no hacerlo era aterradora. Después me alegró el perderme, había estado concentrado únicamente en lo que veía, me había salido del contexto mayor, o menor, dependiendo del punto de vista.
La lluvia regresaba, la del cielo, y la de la cabeza arreciaba. Hora de volver. Teníamos vecinos, cómplices con Jeep. Me quería sentar simplemente a disfrutar, había tanto que disfrutar, George se me acerca, me abraza y me besa. No me quiero llenar de su olor, de su pelaje, pero sí me quería llenar de su cariño. Fue muy sincero y no me podía negar. Terminé aceptando su regalo, aprecio, amor, me lo dio a manos llenas. Poco después ya no era la vista lo que predominaba, ahora era el corazón, y estaba inquieto. Había que hablar con él, la misma inquietud lo hacía una tarea elaborada. Algunas veces cambié forzosamente de tema, pero otras veces lograba convencerme de que las cosas estaban bien, o que las podía solucionar, e incluso encontraba soluciones. Era de noche, otra vez llamaba el espacio, ¿para reflexionar, para no reflexionar? Independientemente de la intención, ayudó. Seguí pensando, seguía el miedo, pero se podía enfrentar mejor. George ya no nos acompañaba, creo que no le gustaba seguir el camino, ya no era hora de hacer camino al andar, era hora de seguir el camino, por aquello de la noche. Mucha luna, no era noche oscura, pero la luz a medias engaña más que la oscuridad, si te dejas. Veía a la llena de gracia, pero era alguien más. Creo que también estaba reflexiva, pero más tranquila que yo, hasta que la transformé. Su cara pasaba de una forma, a otra, a otra y a otra, para luego regresar a la primera y así sucesivamente. Eran caras irreales, no porque no las viera, o porque fueran producto de mi cabeza, sino porque no existe nadie con esas caras. No pueden existir. Una de sus caras era la de su hijo, pero aún así era una cara irreal. Le dije lo que veía y la perturbé. No le dije todo.
Después dejó de calar la lluvia, otra vez eran gotas tibias, y otra vez me abrí. Otra vez había seguridad, confianza, bienestar. Ahora planeaba, me podía deslizar por los aires de mi cabeza sin aspavientos, podía incluso dar piruetas, ascender y descender vertiginosamente, casi a placer. Nunca hay control total, a veces se siente bien dejarse llevar, a veces no. Tiempo de hogar, tiempo de estar con la llena de gracia, la conocí tanto. Ahora sí era ella. Nos conocimos. Espero ya no ser igual, es difícil ser igual después de pasar por tantas cosas tan intensas. Quiero ser mejor.

Es bueno responder a los llamados, sobretodo si sabes de quien son. Yo no sabía quien llamaba, ya vi.