Saturday, April 22, 2006

TORMENTA DEL DESIERTO






























Era el momento de salir de viaje. Estaba descubriendo a alguien que me era familiar a pesar de la poca convivencia. El desierto la llamó, ese llamado me ilusionó, y fuimos. Manejé desde la 1 hasta las 8 y media de la mañana, llegamos después de ver amanecer. Era inevitable dormir, pero poco después era inevitable despertarse. El sol me expulsó de la tienda de campaña. Entonces el llamado se hizo más fuerte, aún bajo trance somnoliento dejé el rancho y fui al desierto. Le di a la llena de gracia las instrucciones básicas para encontrar peyote. Estaba ansioso, debía demostrar que había peyote y, por tanto, que era buen guía. Después de menos de media hora, que me pareció mucho, encontré un peyote muy pequeño. Lo dejamos, como indica la sabiduria popular, había que buscar otros. Encontré otros pequeños, no era lo que yo esperaba pero tranquilizaba. Poco después ella empezó a ver varios, cruzamos el sitio ceremonial y del otro lado los que llamaban la encontraron. Una familia numerosa de peyotes medianos. Estábamos contentos, ellos también.
Regresamos al rancho. Nos ofrecieron un cuarto, que rápidamente se volvió hogar, y comimos. El sabor taladra hasta el gérmen musculoso de la lengua, hasta el hueso del paladar, invade, pero también se deja llevar. Agua y jícama lo arrastran. Me sentía libre para comer, no como las dos veces anteriores en que otros me limitaban, o yo mismo. Comí mas de dos, uno me parecía particularmente sabio, me inspiraba respeto, ese respeto que raya en miedo. Salimos a platicar con los patriarcas del rancho, nuestros caseros. El señor dijo que la gente se acaba, refiriéndose a que había menos gente en el rancho, pero me dijo algo más con esa frase, él lo sabe. Empezaba a nublarse, la señora nos dijo que iba a llover. Adentro empezaba a soplar el viento, mis vellos se estaban convirtiendo en hormigas juguetonas. No podía seguir con la convivencia casual/relevante. En el desierto las convivencias humanas, y me atrevería decir que todas las convivencias, son relevantes. Me retiré de la forma mas cortés que pude, esperaba que ella me acompañara, pero todavía el aire no le pegaba. Fui hacia unos arroyos que había dejado la lluvia. Es cierto, ya había llovido, la señora nos había dicho que llovería antes de ir por los llamantes. Perdón, barajé el tiempo. Quería cruzar hacia un cactus intrigante, pero no lo logré. Afuera sólo había algunas nubes, adentro empezaba a chispear.
Quería superarme, ahora llamaba el espacio, había tanto. "Afuera, afuera" se oía. "Voy a tí exterior", era mi respuesta. Una vez en la amplitud, y más aún con ella, llena de gracia, la apertura fue de 180º. Hasta me elevaba de tanto que me extendía. George (estoy con él en la foto) nos acompañaba, quería compartir nuestra emoción y a la vez compartirnos su quietud. Era momento de seguir conociendo, las imágenes hacían soñar y emocionaban. Nopales secos, con su esqueleto expuesto, y, a su vez, con pencas frescas surgiendo de lo aparentemente inerte. Ya la llena de gracia estaba mojada, estaba sumergida como yo. George nos dirigía, fácilmente dejamos las casas y estábamos de nuevo en el desierto. Incluso nos desubicamos, dejamos de ver el rancho. Cualquier emoción era extrema, había bastante probabilidad de encontrar el camino, pero la simple posibilidad de no hacerlo era aterradora. Después me alegró el perderme, había estado concentrado únicamente en lo que veía, me había salido del contexto mayor, o menor, dependiendo del punto de vista.
La lluvia regresaba, la del cielo, y la de la cabeza arreciaba. Hora de volver. Teníamos vecinos, cómplices con Jeep. Me quería sentar simplemente a disfrutar, había tanto que disfrutar, George se me acerca, me abraza y me besa. No me quiero llenar de su olor, de su pelaje, pero sí me quería llenar de su cariño. Fue muy sincero y no me podía negar. Terminé aceptando su regalo, aprecio, amor, me lo dio a manos llenas. Poco después ya no era la vista lo que predominaba, ahora era el corazón, y estaba inquieto. Había que hablar con él, la misma inquietud lo hacía una tarea elaborada. Algunas veces cambié forzosamente de tema, pero otras veces lograba convencerme de que las cosas estaban bien, o que las podía solucionar, e incluso encontraba soluciones. Era de noche, otra vez llamaba el espacio, ¿para reflexionar, para no reflexionar? Independientemente de la intención, ayudó. Seguí pensando, seguía el miedo, pero se podía enfrentar mejor. George ya no nos acompañaba, creo que no le gustaba seguir el camino, ya no era hora de hacer camino al andar, era hora de seguir el camino, por aquello de la noche. Mucha luna, no era noche oscura, pero la luz a medias engaña más que la oscuridad, si te dejas. Veía a la llena de gracia, pero era alguien más. Creo que también estaba reflexiva, pero más tranquila que yo, hasta que la transformé. Su cara pasaba de una forma, a otra, a otra y a otra, para luego regresar a la primera y así sucesivamente. Eran caras irreales, no porque no las viera, o porque fueran producto de mi cabeza, sino porque no existe nadie con esas caras. No pueden existir. Una de sus caras era la de su hijo, pero aún así era una cara irreal. Le dije lo que veía y la perturbé. No le dije todo.
Después dejó de calar la lluvia, otra vez eran gotas tibias, y otra vez me abrí. Otra vez había seguridad, confianza, bienestar. Ahora planeaba, me podía deslizar por los aires de mi cabeza sin aspavientos, podía incluso dar piruetas, ascender y descender vertiginosamente, casi a placer. Nunca hay control total, a veces se siente bien dejarse llevar, a veces no. Tiempo de hogar, tiempo de estar con la llena de gracia, la conocí tanto. Ahora sí era ella. Nos conocimos. Espero ya no ser igual, es difícil ser igual después de pasar por tantas cosas tan intensas. Quiero ser mejor.

Es bueno responder a los llamados, sobretodo si sabes de quien son. Yo no sabía quien llamaba, ya vi.

1 comment:

Anonymous said...

muy suave su viaje al desierto carnalito. ojalá y algun día podamos ir juntos.


drd